jueves, 24 de marzo de 2016

Casi un siglo con "Diario de un poeta recién casado", de Juan Ramón Jiménez

   Cuando en 1916 Juan Ramón Jiménez escribiera lo que luego sería Diario de un poeta recién casado, entre el 17 de enero y el 7 de junio, tal vez sólo pretendía anotar cada jornada algo que le sorprendiera de algún modo.  Al fin y al cabo,  ése era su procedimiento habitual de escritura: convertirse a sí mismo en texto. Desde el 8 de junio al 3 de septiembre sigue escribiendo lo que titulará "Recuerdos de América del Este escritos en España", parte final del libro, y da cuerpo al volumen. Esto significa releer y corregir, claro, pero desde luego y principalmente tomar la decisión -aunque fuera provisional, como él mismo dice: Este Diario, más que ninguna otra obra mía, es un libro provisional. Es probable que, más adelante, cuando me olvide de él y lo crea nuevo, lo corrija más- de su estructura y suprimir poemas o escribir otros que cubrieran algún hueco.

     Que suprimió poemas es evidente. Primero porque cualquiera que conozca el modo de trabajar del poeta sabe que Juan Ramón tuvo que escribir más en ese período. Segundo, porque conservamos poemas que, sin duda alguna, pertenecen al mismo ciclo, como es el caso de gran parte de los borradores de Sevilla.

      Que añadió es fácil de suponer, puesto que son numerosos los poemas sin fecha. 

      La provisionalidad, por último, queda clara cuando vemos las dudas que se plantea sobre el mismo título del libro antes y después de publicarlo. Diario de un poeta (en la cubierta y en el lomo de 1917), Diario de un poeta recién casado (en la portada de 1917), Diario de un poeta reciencasado [sic] (ya en Poesías escojidas de 1917), pero de nuevo recién casado en Segunda Antolojía Poética (1919), o Diario de un poeta y mar, en 1948 (repárese que Zenobia tenía como apellidos Camprubí AYMAR), y nuevamente  reciencasado a la altura de su muerte.
     
      Pero el poeta comprende pronto que el libro ha alcanzado una importancia sintomática y genérica de la que no puede prescindir, que lo hace imposible de sufrir cambios importantes, pese a que más de una vez pensó en dividirlo en dos, uno en prosa, bajo el título "Norteamérica", parte de uno mayor, Viajes y sueños, y otro en verso: El amor en el mar.

     ¿Qué puede todo esto importarle a un lector que no busque erudición alguna, sino el simple y mayor placer de la lectura? Además de la comprensión amorosa de los poemas en verso, atrae la sorpresa que surge del contraste entre un nuevo concepto de poesía instrumental y reflexiva y el verso. 

      Juan Ramón no escribe prosa o verso por capricho, sino que emplea en este libro la prosa para referir lo externo a sí mismo o la impresión sufrida por algo concreto, así como la reflexión a lo que lo condujo. Esa prosa cuidadísima, en la ninguna palabra sobra o falta, se convierte en un diálogo consigo mismo, en un espejamiento del yo proyectado sobre los objetos o sucesos que la cultura o el sentimiento ponen en juego. Resulta una obviedad decir que es un libro de viajes o responde a la estructura del diario. Ya lo dice el propio autor. Importa el juego con los hábitos retóricos. Literariamente puede viajar sin viajar y trazar las líneas ficticias de una vida. Es cierto que el poeta se traslada físicamente, pero ello cobra significación al enfrentarlo que otras personas y otras cosas, no hay tanto deseo que conocer como de conocerse.

     El poeta subsume el amor a la mujer en el amor por la belleza, la verdad y la poesía. Como en él es habitual, Juan Ramón Jiménez vive en la poesía y el exterior sólo cobra sentido si se integra en ese mundo poético sólo suyo. De ahí la importancia del título del libro.

     Probablemente Diario un poeta hubiera sido un título perfecto, pues el poeta o lo es en plenitud o no es poeta, luego el adjetivo pudiera ser innecesario. Decide, sin embargo incorporar una clarificación: se trata del poeta en su máxima capacidad amorosa, recién casado (de ahí la posterior unión de las dos palabras, con objeto de dejar más clara la situación de plenitud). Es una situación creativa individual intraspasable que simboliza (con la mujer exclusiva, única, perfecta personalización de la poesía, a la manera de la rima XXIII de Bécquer) la unión del poeta con la inmensidad: el mar, el océano. De ahí la importancia, aunque luego se suprimiera por parecer, tal vez, un simple juego, del "poetA Y MAR".

     Un libro clentral en la poética juanramoniana, pero también de lo que el crítico C. B. Bowra denominó, olvidando imperdonablemente al moguereño, la herencia del Simbolismo. Una obra de plena madurez intelectual y poética.

El Simbolismo, de Bécquer a Antonio Machado

      Aunque he repetido esta argumentación en otros lugares y, especialmente en mis libros sobre el Simbolismo, creo que no está de más volver a poner en circulación este artículo que publiqué en ABC de Madrid el 15 de diciembre de 1998.